miércoles, 3 de septiembre de 2008

El cansancio

El cansancio te invade, te adormece; notas cómo llena todos tus sentidos, todos tus miembros...

-Mañana será otro día -te dices, y tus labios tiemblan al pensar que quizá te equivoques.

Quizá el mañana nunca llegué, quizá mañana sea igual que hoy.

Quizá tu cansancio no se quite con dormir una sola noche, quizá debas dormir eternamente.

Preparas tu cama, tu tumba; te sientas; te despides mentalmente del mundo, de la vida, de todos tus seres queridos, de todos tus familiares y amigos; te vas recostando lentamente; apagas la luz; lloras un rato... sabes que no despertarás y te da pena porque ya te habías acostumbrado a vivir.

Ahora ya nada importa, sabes que ha llegado tu fin, que esta noche será tu última noche y que mañana ya no existirás.

Cierras los ojos y esperas en silencio a la muerte. La sientes entrar en tu habitación, acercarse a tu cama; abres los ojos y la ves delante de ti, fría y distante, hermosa también.

No sabes qué hacer ¿saludar?, ¿decirle algo? No se la ve muy dispuesta a hablar.

Con un gesto amistoso y sincero, aunque algo inseguro, la invitas a sentarse a tu lado. Ella acepta, te coge la mano y te dice: “duerme tranquilo”.

De nuevo, cierras los ojos. Notas como el frío que te transmite a través de la mano se va extendiendo por todo tu cuerpo y cada vez se hace más intenso.

Una duda te asalta: ¿de qué estás muriendo? Pero es demasiado tarde para preguntar; el frío ha llegado a tu cerebro, tus pensamientos son cada vez más lentos y débiles.

Ya no sientes nada, ya no piensas nada, ya estás muerto.

Por fin puedes dormir, por fin puedes descansar en paz, ya nadie te molestará.