jueves, 12 de marzo de 2009

Llegué a casa decidida a decírselo. Aquello no podía seguir así. No estaba bien: uno no puede dejar de hablar a su mejor amigo por una tontería… Y lo que había separado a mi Horacio de Toni era, sin lugar a dudas, una de las mayores sandeces por las que alguien puede enfadarse con otra persona. Pero, lo cierto, es que hacía dos semanas que no se hablaban y el humor de mi marido era cada día peor.
Cuando entré al salón le noté cabizbajo y ni siquiera contestó a mi saludo. Me senté a su lado y vi que había estado llorando. En sus manos sujetaba una foto de Toni.
Le abracé en silencio y él rompió a llorar.
-No te preocupes, cariño, –le dije susurrando.- Son cosas que se solucionan hablando.
Se separó de mí y me miró asombrado, con cara de incredulidad. Apartó la cara y siguió llorando.
-Sólo tienes que llamarle y disculparte, -insistí.-él te perdonará y también se disculpará por su parte de culpa.
Él negó con la cabeza.
-No, puedo… -acerté a distinguir que decía entre sus llantos.- Ya no puedo.
-¿Por qué?, hombre. No puedes ser tan orgulloso…
Siguió negando y me miró con los ojos inundados en lágrimas.
-Cielo, -me dijo con voz temblorosa.- Laura me ha llamado hace un cuarto de hora.
-¿Laura? ¿Para pedirte que hicieras las paces con Toni?
Una vez más movió la cabeza negativamente.
-Para decirme que Toni murió de madrugada.