lunes, 5 de septiembre de 2016

La leyenda de las torrijas

Cuenta la leyenda que en las verdes montañas de Asturias vivía una niña huérfana en una humilde casita con la única compañía de sus cabras y sus gallinas. Un buen día apareció en su corral un precioso y fuerte lobo. La niña ya daba por perdidas sus gallinas cuando lo vio, al aproximarse a la casa con sus cabras; pero al acercarse más, pudo comprobar que el lobo estaba sentado mirando con cara lastimera a las gallinas. Al percatarse de la presencia de la niña, se alejó huyendo. Varias veces ese mes sucedió lo mismo. El lobo cada vez estaba más delgado y la niña pensaba que estaba enfermo y por ello había perdido el apetito, hasta que un día lo vio bostezar y descubrió que no tenía dientes. La muchacha se compadeció de él y, aunque apenas tenía para comer ella, esa misma noche le dejó, en el rincón donde el lobo se solía sentar, la mitad del pan duro que tenía para la cena, mojado con leche caliente para que el desdentado animal lo pudiera comer. El lobo con su maravilloso olfato agudizado por el hambre, se presentó en seguida y acabó con el plato en un santiamén. La niña apenas pudo dormir aquella noche, pensando en lo mal que lo tuvo que pasar aquel lobo ese tiempo y cómo podía hacer para que recobrara su peso y su salud natural. A la mañana siguiente se levantó con una idea en la cabeza y se puso directamente a hacerla. Cogió un pan del día anterior, lo cortó en rebanadas y lo mojó en leche caliente como la noche anterior pero a continuación lo rebozó con huevo batido, lo frió y le echó azúcar: así el animal tendría más fuerza y más energía. Efectivamente el lobo fue recobrando su porte natural y haciéndose cada vez más amigo de la niña, a tal punto que la defendía a ella y a sus animales de otras fieras, que huían cuando él aparecía sin tener por suerte que enseñar sus inexistentes dientes. Un día llegó a la puerta de la muchacha un hombre que se había perdido y estaba desfallecido. Ella a falta de otra cosa que ofrecerle para comer le dio las torrijas que tenía preparadas para su amigo lobuno. Al hombre le gustaron tanto que le dio a la niña todo el dinero que llevaba encima a modo de agradecimiento. Además le encargó que hiciera más para la semana siguiente, en que él volvería para comprárselas y dárselas a probar a su familia y amigos. A partir de ese momento la fama de su creación fue creciendo, de manera que pronto salió de su pobreza y pudo mejorar la receta añadiendo canela, a veces incluso vino o licores y más adelante llegando a hacerlas con pan de pasas. También pudo en su nueva situación comprar carne para poderle hacer purés más adecuados para la alimentación de su amigo el lobo, aunque al menos una vez a la semana, le daba torrijas y ambos recordaban cómo surgió su amistad.