martes, 15 de septiembre de 2020

 

Esa mañana se despertó como todas las mañanas: con el ánimo de afrontar un día más, sin una ilusión o esperanza, sin nada que le hiciera pensar que algo especial iba a pasar ese día o los siguientes. Su vida estaba llena de cosas que hacer, de gente a la que ver, de trabajo que realizar... Pero, aunque había momentos divertidos e instantes bonitos y agradables, no había realmente nada que la motivara, que le hiciera pensar que valía la pena. Procuraba siempre apoyar y ayudar. Lo hacía sin esperar nada a cambio solo por ver a la otra persona o animal mejor y porque, por su naturaleza, no podía actuar de otra forma. Algunas veces eso daba lugar a malas interpretaciones, otras generaba obligación y se sentía afortunada si alguna vez alguien hacía lo mismo por ella o, al menos, le reconocían que «siempre estaba ahí». Con ciertas personas, especialmente las que pretendía como pareja, esa misma disponibilidad se convertía en un problema y gente bien intencionada le recomendaba que fuera más egoísta o que practicara la indiferencia... Ella no era así.
Aquel día transcurrió con normalidad: un sábado cualquiera en su vida pero, al llegar la noche, algo mágico ocurrió, algo que cambiaría toda su vida: una publicación de un relato con gran talento, unas correcciones en la página equivocada, una reacción diferente y espectacular, la curiosidad..., cosas en común y un «algo más» la llevaron directa a él; unos días hablándose por escrito y una conversación por videoconferencia terminaron de enamorarla perdidamente: no había retorno.
Tan solo tres meses y un par de semanas después sentían que habían pasado años de relación y, posiblemente así fuera, pero eso es otra historia que debe ser contada en otra parte.

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